Una de las actividades permitidas durante el estado de alarma es ir al cajero para sacar dinero. Sin embargo, se trata de los pocos servicios a pie de calle que se libran de las colas. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) desmintió que el coronavirus se hubiera propagado por el uso de billetes y monedas y, de que el Banco Central Europeo insista en que la probabilidad de contagio mediante el dinero físico es muy baja, el miedo a infectarse de COVID-19 parece estar detrás de la caída del uso de efectivo, que prácticamente ha desaparecido durante el confinamiento. En algunos espacios, como los autobuses públicos de Valencia, Zaragoza, Málaga o Madrid, ni siquiera es posible pagar en metálico. El resultado de este escenario es que nos estamos acostumbrando a olvidarnos por completo de billetes y monedas. Según datos del banco móvil N26, la retirada de efectivo en España cayó un 68 % durante el mes de marzo.
Expertos apuntan que el consumidor que resulte de esta situación de crisis mundial «utilizará mucho más la tarjeta y el móvil como medio de pago, ya que la percepción de seguridad y comodidad va a incrementarse de forma importante». Además, cree que es muy probable que el porcentaje de compras en línea siga incrementándose tras el confinamiento. Por lo tanto, el pago con tarjeta, principal medio en las adquisiciones de productos y servicios en la red, será más importante.
El fin del dinero en efectivo puede tener algunas ventajas, pero también puede ser una amenaza para la libertad del ahorrador y aumentar el coste y el tiempo necesario de ciertas transacciones.