Hace casi un siglo, Bilbao tenía un aroma especial: el del chocolate Chobil. Esta delicia nació en 1920 bajo el nombre de Chocolates Bilbaínos S.A., fruto de la unión de cuatro chocolateros locales: La Dulzura, Caracas, Chocolates Aguirre y Martina de Zuricalday. Una unión que no solo dio vida a un chocolate excepcional, sino que se convirtió en un pedacito de la identidad bilbaína.
La fábrica de Chobil se encontraba en el número 4 de la calle Tívoli, en terrenos propiedad de la viuda de Aguirre. Desde allí, el aroma a cacao recién tostado se esparcía por la zona, despertando los sentidos de quienes pasaban cerca. Chobil ofrecía una variedad de chocolates que cautivaron a todas las edades: hasta nueve clases diferentes, seis para la taza y tres para comer en crudo, como las variedades Luz y Ch. B.
Las envolturas, con el característico sello de la doble “X”, eran inconfundibles, un detalle que muchos todavía recuerdan con cariño. Es precisamente en esos envoltorios donde se encondían pequeños tesoros. Las tabletas incluían cromos que narraban las aventuras del «Capitán Chobil», una creación del ilustrador Félix Borne Muruaga. Estos cromos no solo entretenían, sino que también fomentaban la imaginación y el coleccionismo entre los niños de la época. Después, se añadirían cromos con los jugadores del Athletic.
Chobil no era solo un chocolate; era una tradición. En las meriendas infantiles, los desayunos familiares o como regalo especial, siempre había un rincón para este dulce símbolo de Bilbao.
Sin embargo, con el tiempo, Chobil no pudo competir con las grandes multinacionales. La fábrica cerró sus puertas tras ser adquirida por Rumasa, dejando a Bilbao sin su chocolate más querido. Aunque ya no se produce, el recuerdo de Chobil sigue vivo. Cada vez que alguien menciona su nombre, se despiertan sonrisas y nostalgias, como si, por un momento, pudiéramos volver a esas tardes de meriendas felices con un pedacito de Chobil en la mano.