Olentzero, el querido carbonero que baja de las montañas cada 24 de diciembre, tiene un pasado tan fascinante como misterioso. Su origen se remonta a los «jentiles», una raza de gigantes mitológicos que habitaban Euskadi antes de la llegada del cristianismo. Los jentiles eran protectores de la naturaleza y maestros en el manejo de la piedra, dejando huellas de su existencia en dólmenes y construcciones ancestrales.
La tradición cuenta que los jentiles vivían en armonía hasta que un día una «estrella brillante» apareció en el cielo. Este fenómeno, que anunciaba el nacimiento de Cristo, les hizo comprender que su tiempo en la tierra había terminado. La mayoría de los jentiles desaparecieron hacia el monte Anboto, un lugar sagrado en la mitología vasca, pero uno de ellos decidió quedarse: Olentzero. Se convirtió en el puente entre el viejo mundo y el nuevo, bajando al valle para anunciar la buena noticia y llevando luz y calor a las familias.
Este buen hombre ha tenido varios nombres con el paso de los tiempos y dependiendo de la zona: Olentzaro, Onentzaro, Onontzaro, Orentzaro, Onentzero, Onantzaro, Onontzaro, Onontzoro, Orantzaro, Aranzaro y Gomentzago.
Con el paso de los siglos, Olentzero evolucionó de figura mitológica a icono navideño. Hoy recorre las calles en kalejiras, acompañado de Mari Domingi, su compañera más reciente, y de cantos que celebran la identidad vasca. Aunque su historia ha cambiado, su esencia sigue intacta: es el último jentil que conecta las raíces de Euskadi con su presente.
La morada de Olentzero se encuentra en el baserri más antiguo de Bizkaia, no podía ser de otra forma. Se le conoce como Landetxo Goikoa, se construyó a principios del siglo XVI y lo podemos encontrar en Izenaduba basoa, en Mungia.
Curiosidades de la historia
En 1956, en pleno franquismo, los vecinos de Pamplona hicieron una petición para recorrer las calles con Olentzero y, a pesar de que el Ayuntamiento dio su aprobación, el gobierno civil lo prohibió por tener «un carácter profano».
En la localidad navarra de Areso tienen la costumbre de dejar un muñeco de Olentzero en la plaza del pueblo. Pero, entre 2003 y 2005 esta figura desaparecía para aparecer al día siguiente o días después destrozado. Tras las investigaciones y la denuncia de unos vecinos que vieron el coche de los «secuestradores» descubrieron que eran dos guardias civiles destinados en Navarra. Estos fueron expedientados y reubicados lejos de Areso.