
Es hoy. Se acabó la cuenta atrás. Bilbao Basket disputa el partido de ida de la final de la FIBA Europe Cup. (Bilbao Arena – 20 horas). Que sí, que es la cuarta competición europea. Que sí, que es a doble partido y se decidirá la pena o la gloria a 3000 km del Botxo. Lo que quieras, pero estos hombres se han ganado por derecho propio un lugar en la historia de un club que ha cumplido 25 años. Unos jugadores que quieren ser recordados como los primeros que levantaron un título europea.
Miribilla va a lucir sus mejores galas con un pabellón hasta la bandera (todas las entradas están agotadas). Además, 500 griegos van a complementar un Bilbao Arena espectacular.
Es el día que marca el destino de una generación. Porque lo que se juega el Bilbao Basket no es solo una copa, es una identidad. Es el reflejo de un club que se ha hecho a sí mismo, que ha sobrevivido a penurias económicas, que ha escalado desde la humildad hasta codearse con la élite continental. Es el fruto de una travesía que empezó en septiembre con la mochila cargada de dudas, y que hoy llega a su momento más soñado: la final de la FIBA Europe Cup.
Miribilla lleno
Hoy, Miribilla será mucho más que un pabellón. Será un volcán con alma. Un templo donde 10.000 gargantas convertirán cada rebote en un clamor, cada defensa en una guerra sagrada. Y entre ellas, 500 voces griegas que pondrán a prueba la acústica del Bilbao Arena en una noche que promete ser inolvidable. Porque el rival, el PAOK Salónica, no viene de paseo. Llega con la historia en sus botas, con el gen competitivo de un baloncesto que vive cada partido como si fuera el último. Y eso, precisamente, es lo que se respira hoy en la capital vizcaína: la sensación de que todo puede pasar… porque es ahora o nunca.
Un duro rival
La gesta no será sencilla. Enfrente hay talento, músculo y una propuesta eléctrica dirigida con precisión quirúrgica por Cancellieri. Pero el Bilbao Basket ha demostrado tener algo más que sistemas o estadísticas. Ha demostrado tener alma. La que se forja en partidos imposibles como la histórica remontada ante el Dijon, la que emerge cuando el abismo aprieta, la que se multiplica cuando Miribilla late como un solo corazón.
No estarán ni Hilnason ni Rabaseda. Pero sí estará el espíritu de un equipo que ha convertido las adversidades en combustible. Sí estará Iker Chacón, símbolo del trabajo de cantera, representando a todos los que soñaron desde niños con jugar una final europea con esta camiseta. Y estará también Ponsarnau, sabio arquitecto de un grupo que ha crecido a fuego lento hasta convertirse en un bloque imponente.
Hoy no acaba nada. Hoy empieza todo. Porque aunque la final se decida en Salónica, el tono épico de esta historia se escribe aquí, en casa. Y aquí hay que dar el primer golpe, dejar huella, llenar las mochilas de confianza y fe antes de la batalla final. Lo dijo el propio entrenador: no basta con la emoción, hay que transformarla en impulso. Hay que jugar con el alma caliente y la cabeza fría. Saber sufrir. Saber esperar. Saber atacar.
Un libro sin título
Los hombres de negro tienen ante sí 80 minutos para hacer historia. Dos partidos para cerrar un círculo que comenzó con una eliminatoria agónica ante el Neptunas y que puede terminar con la primera copa continental del club. No se trata solo de ganar. Se trata de trascender. De dejar una marca en los libros. Ese libro sin título que mostraba en un video publicado por el club el mismísimo Julen Guerrero y al que el gran Txipi, con una actuación que ni Humphrey Bogart, le respondía que en unos días lo tendría. De que dentro de 25 años, cuando se vuelva a hablar de aniversarios, se recuerde este abril no solo como el mes en que Bilbao sacó la Gabarra sino como el Bilbao que tocó el cielo con una pelota naranja entre las manos.
Hoy, empieza la leyenda.